Salmo 100:3 «Sabed que Él, el Señor, es Dios; Él nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos; pueblo Suyo somos y ovejas de Su prado».

Saber que el SEÑOR es nuestro Dios es una bendición. Es un conocimiento que inspira confianza y paz bajo una cobertura paternal. ¿Por qué saber que el SEÑOR es nuestro Dios es una bendición? Porque «Él nos hizo…». Si Él nos hizo, entonces nos conoce mucho mejor que nosotros mismos. Sabe de antemano, aún antes de que naciéramos, todo cuanto pensamos, necesitamos, hablamos, anhelamos (Léase Salmo 139:1-6; 13-16). Por lo tanto, tiene perfecto control de nuestra vida y de cada circunstancia que nos rodea.

Por ello, el salmista enfatiza: «y no nosotros a nosotros mismos». Es como si dijera: «Pero también quiero que sepas que tú no eres dueño de tu propia vida ni de tus propios caminos ¡No eres Dios! ¡No seas sabio en tu propia opinión!…» (Léase Proverbios 3:5-7). No puede el barro decirle al Alfarero como moldearle, sino dejarse moldear por Él para Su gloria (Léase Isaías 45:9; 64:8).

Otra bendición que señala este versículo es que «Somos Su pueblo». Somos su propiedad, Su posesión. Lo que implica una garantía de que nada ni nadie nos puede arrebatar de Su mano (Léase Juan 10:28). Él es el Dueño y el Amo a quien he de rendirle cuentas de todo cuanto se nos ha confiado y Él es el que gobierna nuestras vidas con Su Palabra (Léase Mateo 25:21).

Y la última bendición que añade el Salmista es que para Dios «Somos ovejas de Su prado». El prado es un lugar agradable, cubierto de hierba, en el que las ovejas son alimentadas, vigiladas y protegidas. Esto denota a Dios con la figura de un Pastor que cuida de Sus ovejas por amor a ellas y le da lo necesario para vivir día tras día (Léase Salmo 23:1; Juan 10:11, 14).

Todo lo anterior nos hace reflexionar:

¿Vivo de acuerdo a esta confianza en Dios de que Él está en perfecto control de mi vida?

¿Vivo agradecido por la bendición de tener al SEÑOR como mi Dios?

¿Vivo consciente y agradecido por la bondad y el amor que Dios me da cada día a pesar las dificultades y circunstancias dolorosas que no soy capaz de comprender?

¿Vivo con la convicción de que nada merezco sino fuera por la gracia de Dios que me ha hecho parte de Su pueblo y por medio de Su Hijo Jesucristo?

¿Disfruto de la paz y el gozo que Dios me da por que Él es mi SEÑOR y Salvador?

¿He sido sabio en cada área de mi vida que Dios me ha confiado para administrar (disciplinas espirituales, familia, trabajo, ministerio, finanzas, etcétera)?

Demos gracias a Dios porque Él sea nuestro Dios.

¡Sólo a Él la gloria!


Nota: Lo anterior es una reflexión personal derivada de la sección de Devocionales del libro «Hacia la Meta» de Otto Sánchez.